domingo, 29 de abril de 2007

EL ISLAM, LA IGLESIA Y EL FIN DEL MUNDO

El papel escatológico del Islam está, sin duda, profundamente relacionado con la evolución del Occidente moderno y con la propia Iglesia Católica. El Islam, religión monolítica y ajena a la idea de evolución (el Islam es Parménides convertido en religión), se encuentra en las antípodas de la moderna civilización occidental, que rechaza el centro sagrado de lo divino y tiene como gran mito el cambio, el movimiento y el "progreso". El Islam y Occidente son metafísicamente incompatibles. Pero, como la evolución general del mundo provoca un contacto cada vez mayor entre todas las civilizaciones, este contacto genera necesariamente tensiones y contradicciones crecientes entre la civilización islámica y la civilización occidental. Occidente, por su propia dinámica interna, intenta "domesticar" al Islam y convertirlo a la doctrina del relativismo (aunque muchos occidentales de izquierda, desde Garaudy y Paul Bowles, sienten también una extraña fascinación por el mundo musulmán). Por su parte, el Islam, obedeciendo también a una inexorable necesidad interna, pretende extender la Umma -comunidad mundial musulmana- a Occidente. Este intento de conquista mutua sólo puede desembocar, antes o después, en algún tipo de enfrentamiento abierto y generalizado. En este sentido, la tesis de H. P. Huntington estaría suficientemente justificada.

Obviamente, un enfrentamiento abierto entre Occidente y el Islam provocaría una convulsión global de consecuencias incalculables. Una convulsión que bien podría conducir a Occidente a una crisis análoga a la que produjo, para el comunismo, la caída del Muro de Berlín. Y, ciertamente, parece que Occidente necesita una crisis a escala planetaria para hacer al fin examen de conciencia y replantearse sus propios fundamentos espirituales. El nazismo no fue suficiente para que Occidente revisara sus grandes mitos: Galileo, Giordano Bruno, Voltaire, Darwin, Nietzsche, Freud; el individualismo, el ateísmo, el prometeísmo, el narcisismo y el relativismo como teorías filosóficas irrenunciables. Tal vez una crisis mundial provocada por la tensión Occidente-Islam produzca la masa crítica de contradicción interna necesaria para que Occidente supere su actual enclaustramiento en el más absoluto subjetivismo.

Por cierto: tras esa crisis, todos los contenidos positivos de la cultura occidental -que los hay- sobrevivirán. También toda la verdad espiritual existente en el Islam. Nietzsche y Mahoma se encontrarán y se entenderán. Pero eso sólo será posible ante la cruz de Cristo, nuevo árbol cósmico bajo el que "se renuevan todas las cosas": porque sólo en Cristo puede producirse la conciliación final de todos los contrarios que, de cualquier otro modo, resulta inalcanzable. El Concilio Vaticano II es la puerta secreta que ha de dar paso a una nueva y esplendorosa Edad del Mundo: una edad donde todo lo que hoy es división y dispersión se convierta en integración y unión. El Islam espera que Isá (Jesús) vuelva al mundo cuando se aproxime el Último Día. Pero Jesús sólo se encuentra íntegramente en la Iglesia Católica. Y quiere que la Iglesia se convierta en la Gran Casa de todos los hombres. En la Gran Casa también del Islam y de Occidente, que sólo se encontrarán con su más auténtico ser dentro de esa realidad universal y asombrosamente misteriosa que es la Iglesia.

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lunes, 23 de abril de 2007

¿CREÍA EINSTEIN EN DIOS?


Todavía hoy circula por nuestro mundo el tópico de que la ciencia es enemiga de la religión, e incluso de que "demuestra" que una persona culta y moderna no puede ser, a la vez, una persona religiosa. Estas ideas proceden del siglo XIX, cuando la teoría de Darwin, pareciendo contradecir directamente a la Biblia, fue utilizada como símbolo de una ciencia moderna empeñada en presentar la religión como mera superstición y mito anacrónico.

Aunque hoy en día, como decimos, todavía hay quien sostiene tales puerilidades, lo cierto es que actualmente está bastante claro cuál es la verdadera relación que existe entre ciencia y religión: la ciencia y la religión se mueven en diferentes planos. La ciencia investiga el funcionamiento del mundo físico y sus leyes naturales. En cambio, la religión se ocupa del sentido de todo lo que existe, del bien y del mal, del destino del hombre, del vínculo que une al ser humano con Dios etc. Por lo tanto, no puede haber contradicción entre ambas, ya que se ocupan de planos distintos de la realidad, y también su finalidad es completamente diferente. Por lo tanto, puede haber, como es obvio, tanto científicos creyentes como no creyentes. Y la ciencia no demuestra ni que Dios existe ni que Dios no existe, ya que le resulta imposible hacer tanto lo uno como lo otro. Aun así, habría que añadir que, en el fondo, la ciencia es más bien favorable a la existencia de Dios, pues nos muestra un orden tan complejo y profundo en el cosmos, que hace casi natural el pensar en Dios como inteligencia ordenadora del universo.

Esto es justamente lo que pensaba Einstein: que tenía que existir una Inteligencia divina, autora de la maravillosa armonía que gobierna el cosmos. Ciertamente, Einstein, a pesar de su origen judío, no creía en el Dios de Israel -El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, como decia Pascal-, sino en un Dios de estilo griego: como el Dios de Aristóteles o el Lógos de los estoicos. Un Dios que "no juega a los dados", que no deja el universo en manos del azar, sino que organiza el cosmos de acuerdo con leyes profundísimas que apenas están empezando a revelarnos la física y las matemáticas. Einstein creía en lo que podríamos decir el "Dios de los científicos del siglo XX": un Dios-Lógos con el que se supera completamente el ingenuo ateísmo materialista del siglo XIX.

El Dios de Israel transciende radicalmente el nivel del "Dios de los científicos". Y, por supuesto, lo hace todavía más el Dios cristiano, que también transciende al Dios de Israel. En cualquier caso, conviene tener claro que el Dios trinitario cristiano es también el Dios-Lógos de Aristóteles y de Einstein que organiza el universo como gran "Arquitecto Cósmico". Pero no es sólo eso: es también mucho más que eso. Más profundo y más misterioso: porque el Dios cristiano "engloba" al Dios de Einstein, pero también lo supera infinitamente.

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martes, 17 de abril de 2007

EL MONO DE BORGES Y LA LITERATURA


Jorge Luis Borges, urdidor inacabable de metáforas y paradojas, imaginó un mono sentado enfrente de una máquina de escribir y con un tiempo infinito a su disposición, aporreando sin descanso un teclado cuya utilidad le resulta absolutamente indescifrable. Sin embargo, dispone de toda la eternidad para golpear las teclas de la máquina. Y aquí viene la afirmación desconcertante de Borges: que ese mono, desprovisto de inteligencia, terminaría por ser autor de todos los libros del mundo. Entre las infinitas combinaciones de letras posibles, daría casualmente también con combinaciones dotadas de sentido: palabras que él encadenaría al azar, pero que acabarían convirtiéndose en auténtica literatura.

Por supuesto, Borges no hablaba del todo en serio al proponernos esta posibilidad. Pero tampoco del todo en broma. Se apoya en la siguiente idea filosófica: en un universo compuesto por un número grandísimo, pero finito, de elementos, un tiempo infinito -circular, como es el tiempo borgiano- forzosamente debe desembocar en la realización de todas las combinaciones posibles entre tales elementos. Por lo tanto, el mono escribirá muchísímas páginas sin sentido, pero también -accidentalmente, mecánicamente- otras con sentido. Al fin y al cabo, la inteligencia sólo consistiría en barajar y volver a barajar un número finito de cartas: al final, nos saldrían todas las jugadas imaginables, incluyendo las aparentemente más imposibles. Como el mono de Borges escribiendo "El Quijote".

Subyace aquí una concepción muy pesimista de la inteligencia humana y, en el fondo, del hombre mismo. La inteligencia sería un mecanismo combinatorio que funciona mediante el método de ensayo y error. No hay en ella ningún misterio por encima de las leyes mecánicas de la materia y la combinatoria. En el fondo, Borges era un partidario del materialismo filosófico, del atomismo de Lucrecio, con la materia girando en un universo finito -una cárcel- durante un tiempo circular y, por lo tanto, cíclico y repetitivo. Borges gustaba de la idea nietzscheana -y antes estoica- del eterno retorno. También de aquel demonio de Laplace que podría abarcar con su inteligencia monstruosa todo el pasado y el futuro del mundo: en un universo únicamente compuesto de átomos y movimiento, sin misterio sobrenatural alguno, una cosa así sería posible. Como también que un mono escribiera, casualmente, una obra digna del Premio Nobel.

Suele considerarse a Borges un autor que nos abre insospechadas perspectivas hacia un horizonte metafísico lleno de misterio. Lo que no se advierte es que, si extraemos con coherencia las consecuencias que se desprenden de su filosofía, no existe ningún verdadero misterio en un mundo regido por las leyes deterministas de la materia. Y es que Borges, un escéptico declarado en cuestiones metafísicas, no podía admitir ningún misterio genuino: sólo crear paradojas sugerentes de las que, por principio, está desterrado todo posible viento del Espíritu.

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jueves, 12 de abril de 2007

¿ESTABA NIETZSCHE A FAVOR DEL ABORTO?


A pesar de haber transcurrido ya más de un siglo desde su muerte en 1900, Nietzsche sigue estando de plena actualidad. Y lo está porque nuestro mundo -y sobre todo la izquierda intelectual- sigue siendo en gran parte nietzscheano. Nietzsche, el filósofo de la negación de Dios en nombre del amor al mundo, es el filósofo preferido por un mundo que niega a Dios.

Y, sin embargo, en realidad la filosofía de Nietzsche choca frontalmente con algunas convicciones de la izquierda política y sociológica contemporánea. Por ejemplo, en el tema del aborto. Es cierto que, hasta donde recuerdo, Nietzsche no se refiere de forma expresa a esta cuestión en ningún pasaje de sus obras. Pero de su postura filosófica fundamental -el vitalismo, el "sí" radical a la vida en todas sus formas y manifestaciones- puede deducirse con absoluta certeza que Nietzsche condenaba el aborto. El aborto siempre comporta un "no" a la vida, una negativa a que un nuevo ser venga al mundo. Y, por lo tanto, se fundamenta, en último término, en el miedo a la vida. Pero Zaratustra, el gran profeta de Nietzsche, predica el amor radical a la vida en todas sus dimensiones. También en la del dolor: Zaratustra lanza, desde la cumbre solitaria de una montaña, una carcajada homérica que resuena hasta los confines del mundo. Esa carcajada significa: "Soy tan poderoso, estoy tan cargado de vida exultante, que borbota desde lo más profundo de mí un sí absoluto a la vida. Un niño que viene al mundo, una nueva vida que llega al banquete cósmico, debe ser saludado con un trago de vino y un himno dionisíaco. El aborto es cosa de miedosos, cómodos, mezquinos y cobardes. El gran Zaratustra no es un abortista".

Entonces, ¿con qué ética sintoniza el aborto defendido por la izquierda? Con el nihilismo crepuscular del "último hombre", que vive mirándose el ombligo y, al defender el aborto, no le da a un nuevo ser la oportunidad de vivir que un día sí le dieron a él. Como habría dicho también Emile Zola, el aborto es una cosa burguesa, propia del más bajo individualismo. La teoría posmoderna del aborto es totalmente contraria a la celebración nietzscheana de la vida en todas sus dimensiones. Algo que la izquierda intelectual prefiere no reconocer. Tal vez porque Nietzsche sólo le interesa en la medida en que coincide con su propio egoísmo.

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lunes, 9 de abril de 2007

¿ES UN MITO LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL?


Tras la Segunda Guerra Mundial, el matemático inglés Allan Turing ideó el desde entonces famoso "Test de Turing", según el cual sería posible, al menos teóricamente, que una máquina consiguiera pensar. El método para confirmar si ese pensamiento realmente se producía sería de tipo pragmático y empirista: si, en un diálogo con una "máquina pensante", no puedo distinguir si estoy hablando con una máquina o con un sujeto humano real, entonces deberé admitir que tal máquina, efectivamente, está pensando.

Como es lógico, Turing partía del presupuesto filosófico de que el pensamiento no es una acción exclusivamente humana. Ese mismo presupuesto era compartido por todos los científicos que, en las décadas de 1950 y 1960, encaraban con notable optimismo la problemática de la inteligencia artificial. Entre ellos, destacó sobre todo Marvin Minsky, padre de la expresión "Inteligencia Artificial". Hacia 1965, Minsky estaba convencido de que, antes de 1990, las máquinas podrían reproducir todos los procesos del pensamiento humano. Como es evidente, sus expectativas están aún hoy muy lejos de cumplirse.

Ahora bien: ¿deberíamos decir sólo "muy lejos", o, más bien, "infinitamente lejos", ya que la Inteligencia Artificial sería un mito inalcanzable? Todo apunta hacia la segunda posibilidad. Ciertamente, el símbolo de HAL 9000 en "2001: Una odisea del espacio" resulta extraordinariamente atractivo: ¿cómo sería la experiencia de hablar con una máquina? Sin embargo, esa experiencia está destinada a permanecer en el universo de la especulación literaria y de la ciencia-ficción (lo cual no es poco). Los más avanzados laboratorios de ingeniería informática se encuentran impotentes para fabricar una máquina pensante, entre otras razones..., porque no sabemos en qué consiste el pensamiento. Sabemos pensar, sabemos que pensamos, pero no sabemos qué es pensar. Y, si no sabemos qué es pensar, difícilmente podremos fabricar ningún tipo de máquina pensante. Construiremos ordenadores cada vez más potentes -productos e instrumentos de nuestro pensamiento-, pero ninguno de ellos producirá nunca ni una gota de ese enigmático elixir inmaterial que es el pensamiento.

Hasta donde sabemos, y seguramente hasta donde sabremos siempre, sólo el "yo", el sujeto humano, la conciencia, es capaz de pensar. Y una máquina, por definición, carece de "yo". Tal vez podamos imitar mediante una máquina, y hasta límites sorprendentes, la apariencia del pensamiento; pero no ir más allá. Soñar con lo contrario puede ser fecundo a efectos de creación literaria o especulación filosófica. Pero, a diferencia de muchos sueños de Verne, el sueño de la Inteligencia Artificial está destinado a permanecer siempre en el limbo de lo que nunca va a convertirse en realidad.

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