domingo, 28 de enero de 2007

DARWINISMO Y CAMBIO DE PARADIGMA


Cualquier conocedor de la historia cultural de Occidente sabe perfectamente que el darwinismo es mucho más que una teoría científica más o menos aséptica. Forma parte del gran cambio cultural que, desde el siglo XIX, ha efectuado el tránsito del ser hacia el devenir propio del mundo moderno. O, dicho de otro modo, del platonismo al nietzscheanismo; de la metafísica estática al universo evolutivo y dinámico. El darwinismo, filosofía del devenir aplicada al mundo natural, es el instrumento que la mentalidad moderna utiliza para aniquilar los últimos vestigios de la "filosofía perenne" (platonismo, aristotelismo y escolástica) dentro de la corriente principal de la cultura del Occidente moderno. En este sentido, es, más que una teoría científica, una teoría filosófica con pretensiones de verdad científica incuestionable.

Ahora bien: en la medida en que el evolucionismo darwinista ha adoptado, como parte esencial de su basamento filosófico, una visión mecanicista y, por tanto, antifinalista de la realidad, se ha condenado a alejarse cada vez más de la dirección adoptada por la ciencia contemporánea más puntera. El paradigma mecanicista se encuentra absolutamente superado dentro de la Física moderna, mucho más cercana al finalismo aristotélico y a la idea clásica de entelequia. Por lo demás, no hace falta insistir en las continuas dificultades que se plantean al intentar dar razón de los fenómenos biológicos dentro de un marco explicativo reducido a la pura causalidad mecánica y a la acción del azar, prescindiendo, por imperativo de un apriorismo ideológico, de la noción de finalidad.

Por lo tanto, parece obligado admitir que la ciencia actual se encuentra hoy -utilizando el célebre concepto de Thomas Kuhn- ante un "cambio de paradigma" que debe afectar muy especialmente a la teoría darwinista de la evolución. Ciertamente, los defensores del darwinismo se resisten ferozmente a este cambio, en gran parte porque, a su modo de ver, supondría tener que aceptar la teoría del diseño inteligente, sostenida por el aparato científico en el que se apoya el creacionismo evangélico norteamericano: algo totalmente inadmisible para Richard Dawkins, Stephen Jay Gould y tantos otros. Pero, en realidad, abandonar el evolucionismo mecanicista en favor de teorías espiritualistas y finalistas no significa, como ellos creen, renunciar a todo el legado de la modernidad. La visión teleológica y antimecanicista de la Naturaleza se inscribe claramente dentro del Romanticismo decimonónico, que primó el devenir sobre el ser; un devenir ni ciego, ni caótico, ni irracional, sino orgánico, armónico y conducido por las "causas ocultas" de la escolástica medieval y la filosofía natural del Renacimiento. De este modo, la visión organicista de la Naturaleza en que se basa la teoría de la resonancia mórfica y los campos morfogenéticos, propuesta por el biólogo inglés Rupert Sheldrake, o bien la visión de la evolución cósmica finalista de Teilhard de Chardin, conectan con la gran metáfora romántica del árbol como modelo explicativo del mundo natural. El árbol romántico sustituye al reloj cartesiano, metáfora del mecanicismo que excluye a priori las causas finales.

La nueva visión del evolucionismo significa, por tanto, abandonar el mecanicismo cartesiano y el materialismo dogmático, para adoptar -porque se adapta mejor a la realidad de las cosas- un modelo aristotélico-medieval-renacentista-leibniziano-romántico. Esta debe ser, sin duda, una de las grandes mutaciones culturales del siglo XXI. Y ello no supone de suyo ceder ante un ingenuo creacionismo, inaceptable para el científico standard actual (aunque no para un pensamiento plenamente abierto al misterio de lo real). La alternativa al darwinismo no es únicamente el creacionismo. Siguiendo aquí el anarquismo epistemológico de Feyerabend, afirmamos que la época que ahora pugna por comenzar debe excluir los apriorismos ideológicos y admitir todas las hipotésis y teorías que puedan contribuir,como herramientas cognoscitivas, para explicar uno u otro aspecto de la realidad. La realidad es polimórfica y multidimensional. Aferrarse al materialismo mecanicista como a un ídolo irrenunciable sólo es un síntoma de ese anquilosamiento del espíritu que constituye la principal enfermedad del Occidente moderno.

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