jueves, 1 de marzo de 2007

LA FALSA SABIDURÍA DE UMBERTO ECO


En cierta ocasión leí que Umberto Eco tiene en su casa una biblioteca de 28.000 libros. No sé si la cantidad es exacta, pero, en cualquier caso, Eco representa el paradigma del erudito contemporáneo. Y no sólo eso: como profesor de Semiótica, le rodea un innegable aura de sabiduría. La Semiótica como ciencia de la interpretación de los signos. Todo significa algo. Vivimos rodeados de un universo de signos que no acertamos a interpretar. Pero Umberto Eco, siguiendo la audaz línea de trabajo abierta por Roland Barthes, nos promete una interpretación reveladora de los mensajes más sutiles de esa matriz semiótica omnipresente que nos rodea. Como decían los estructuralistas, con Levi-Strauss a la cabeza, vivimos dentro de una partida de ajedrez tridimensional cuyas reglas desconocemos; insertados en una urdimbre y una trama que nos son inconscientes.

Pero Umberto Eco, con su sabiduría universal, nos promete descifrar la piedra de Rosetta del universo de los signos. Sus alumnos universitarios destacaban -palabras literales de uno de ellos- su admirable capacidad de "saltar de Santo Tomás a Snoopy, de Supermán a Joyce, del Beato de Liébana a Agatha Christie y Mafalda". Y, sin embargo, Eco es capaz de hacer eso: saltar de sus oceánicos conocimientos medievalistas y de historia de la cultura a la hermenéutica de los símbolos y signos de la cultura popular. Sólo hay un pequeño problema...: que lo que Umberto Eco no puede hacer es acceder a una interpretación verdaderamente integradora de ese universo de signos que componen nuestra tradición cultural y la contradictoria cultura contemporánea, con su dicotomía de niveles entre lo académico y lo popular. Sin duda, puede decir muchas cosas "interesantes" al respecto..., pero pocas verdaderamente profundas. Y ello por una razón muy simple: su laicismo de base lo lastra irremediablemente, en cuanto que impone a su inteligencia una censura previa que le impide acceder al "Grial del conocimiento". Ese Grial, ese sanctasanctórum del lógos, está en el centro del círculo donde confluyen y se esclarecen mutuamente todos los sectores de las ciencias, disciplinas y saberes. Pero Eco, tan apabullantemente erudito siempre, tan exuberante en datos e ideas de profundidad intermedia, naufraga en cuanto le requerimos juicios de verdadera profundidad, interconexiones epistemológicas de máxima calidad. Y ello no por falta de inteligencia ni de preparación, sino porque el "árbol de la vida" le permanece vedado. Porque, como se sabe, no conocemos con la inteligencia, sino con todo nuestro ser; y, si existe en nosotros una censura previa que afecte al centro de nuestro ser, ello afecta irremediablemente a nuestra capacidad de comprensión de la realidad. Eco, gran medievalista, permanece ajeno al espíritu de la Edad Media, la época de mayor integración de los saberes dentro de la historia de Occidente. Y eso condena a Eco, como también a Borges, otro gran erudito, a una relativa esterilidad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que interesante comentario mostrando en la propia redacción la contradiccion que observa, cual espejo, le devuelve las propias limitaciones endigaldonselas al observado. Resulta pues que la censura impuesta limita tanto como la creencia de su opuesto impidiendo ver la totalidad sin el sesgo del filtro en que la creencia se afianza.

Ivo Baraković dijo...

Por el contrario. Coincido plenamente con Antonio. Eco es el oscurantismo como muestra perfecta del hiperintelectualismo ajeno a cualquier experiencia como el signo de la chatura actual contemporanea. La diferencia con Borges es que este era un genio poetico y era mucho mas profundo en el reconocimiento de sus límites. Eco es poco más que un divulgador de la semiologia en boga y autor de best sellers bien escritos. Y a propósito de la semiologia: pese a Roland Barthes y a Ferdinand de Saussure nunca pude comprender que esta disciplina pudiese ser de tanta utilidad como herramienta de hermenéutica epistemológica. Siempre me pareció más importante como instrumento de reflexión que de praxis. Hay, sin embargo, gente fanática y los fanáticos de la semiologia la veneran como a una superstición. Hay autores como Adorno y Benjamin que se la pasaron muy bien sin ella a la hora de hacer crítica de música y literatura y arte. A alguno puede servirle,concedido, pero de ningún modo tiene ni tendrá el alcance de la obligatoriedad. Saber de ella no hace daño;y desde luego ignorarla tampoco. A Eco no le sirvió en todo caso para darse cuenta de que su superficialidad ateizante y su chatura de actualidades fugaces y arrogancia erudita no era más que fruto del prejuicio de quien eligió la falsa ilustración frente al hombre todo en el valor colectivo de su pensar, sentir y hacer.