martes, 17 de abril de 2007

EL MONO DE BORGES Y LA LITERATURA


Jorge Luis Borges, urdidor inacabable de metáforas y paradojas, imaginó un mono sentado enfrente de una máquina de escribir y con un tiempo infinito a su disposición, aporreando sin descanso un teclado cuya utilidad le resulta absolutamente indescifrable. Sin embargo, dispone de toda la eternidad para golpear las teclas de la máquina. Y aquí viene la afirmación desconcertante de Borges: que ese mono, desprovisto de inteligencia, terminaría por ser autor de todos los libros del mundo. Entre las infinitas combinaciones de letras posibles, daría casualmente también con combinaciones dotadas de sentido: palabras que él encadenaría al azar, pero que acabarían convirtiéndose en auténtica literatura.

Por supuesto, Borges no hablaba del todo en serio al proponernos esta posibilidad. Pero tampoco del todo en broma. Se apoya en la siguiente idea filosófica: en un universo compuesto por un número grandísimo, pero finito, de elementos, un tiempo infinito -circular, como es el tiempo borgiano- forzosamente debe desembocar en la realización de todas las combinaciones posibles entre tales elementos. Por lo tanto, el mono escribirá muchísímas páginas sin sentido, pero también -accidentalmente, mecánicamente- otras con sentido. Al fin y al cabo, la inteligencia sólo consistiría en barajar y volver a barajar un número finito de cartas: al final, nos saldrían todas las jugadas imaginables, incluyendo las aparentemente más imposibles. Como el mono de Borges escribiendo "El Quijote".

Subyace aquí una concepción muy pesimista de la inteligencia humana y, en el fondo, del hombre mismo. La inteligencia sería un mecanismo combinatorio que funciona mediante el método de ensayo y error. No hay en ella ningún misterio por encima de las leyes mecánicas de la materia y la combinatoria. En el fondo, Borges era un partidario del materialismo filosófico, del atomismo de Lucrecio, con la materia girando en un universo finito -una cárcel- durante un tiempo circular y, por lo tanto, cíclico y repetitivo. Borges gustaba de la idea nietzscheana -y antes estoica- del eterno retorno. También de aquel demonio de Laplace que podría abarcar con su inteligencia monstruosa todo el pasado y el futuro del mundo: en un universo únicamente compuesto de átomos y movimiento, sin misterio sobrenatural alguno, una cosa así sería posible. Como también que un mono escribiera, casualmente, una obra digna del Premio Nobel.

Suele considerarse a Borges un autor que nos abre insospechadas perspectivas hacia un horizonte metafísico lleno de misterio. Lo que no se advierte es que, si extraemos con coherencia las consecuencias que se desprenden de su filosofía, no existe ningún verdadero misterio en un mundo regido por las leyes deterministas de la materia. Y es que Borges, un escéptico declarado en cuestiones metafísicas, no podía admitir ningún misterio genuino: sólo crear paradojas sugerentes de las que, por principio, está desterrado todo posible viento del Espíritu.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Será el Teorema del mono infinito de Borel (Émile Borel, 1871-1956), no Borges.

Zyx dijo...

En realidad el planteamiento estocástico es de Thomas Huxley, abuelo de Aldous Huxley; aunque la idea nuclear (tiempo infinito para ordenar infinitamente carácteres) bien podría ser tan vieja como el pensamiento humano; Diderot alude a ella en el pensamiento XXI de sus pensées y se la atribuye en parte a un contemporáneo suyo, D. F. Rivard.