lunes, 22 de enero de 2007

PUTIN Y EL DARWINISMO GEOPOLÍTICO



En unas recientes declaraciones, el presidente ruso Vladimir Putin hablaba del creciente "potencial de conflicto" que, en su opinión, amenaza actualmente la estabilidad mundial debido a que "determinadas potencias persiguen sus intereses sin atender a los derechos de los demás".
Tal apreciación sobre una escalada de tensiones en el mundo internacional de nuestros días coincide con el diagnóstico de muchos analistas y, grosso modo, se sitúa en la línea de la tesis de Huntington acerca del choque de civilizaciones. Un mundo multipolar con potencias emergentes y ávidas de recursos energéticos desemboca, con un determinismo casi ineluctable, en la guerra hobbesiana del todos contra todos. En este sentido, podría decirse que el trasfondo filosófico que se esconde tras el escenario internacional de nuestros días puede definirse como nietzscheano-darwinista. Un crudo biologicismo que nos recuerda el "struggle for life" de Darwin preside hoy las relaciones internacionales. La competencia encarnizada por las fuentes de energía ha llevado a algún asustado analista a comparar la actual situación con el franco enfrentamiento que caracterizaba las relaciones internacionales europeas en las décadas previas a la Primera Guerra Mundial. Un nietzscheanismo político que, actualizando la teoría del "Lebensraum" a las condiciones contemporáneas, conduce al maquiavelismo de la geopolítica, la razón de Estado y los "arcana Imperii" dominados por un oscuro irracionalismo.
Por otra parte, esta lógica biologicista cobra especial auge en un mundo que, desprovisto ahora del principio estructurador bipolar de la Guerra Fría, no se encuentra unificado por ningún tipo de armonía espiritual. Siguiendo las predicciones de Spengler, los bloques geográfico-políticos se comportan hoy como individuos darwinistas en un universo dionisíaco donde la justificación última de los actos nunca es de naturaleza realmente racional. Por supuesto, cabe invocar la racionalidad espúrea de los intereses nacionales inmediatos; pero el fondo sombrío sobre el que se desarrolla la presente escalada de tensión es, más bien, la voluntad de vivir schopenhaueriana a la que, deseando perpetuarse eternamente en el plano indestructible del ser, le resulta indiferente la muerte de tales o cuales individuos político-históricos.
¿Significa lo anterior que estamos abocados a una guerra de todos contra todos en el escenario internacional de los próximos años? Aunque las perspectivas no son halagüeñas, sería un error caer en un pesimismo determinista; por otra parte, la forzosa brevedad del presente comentario nos impide abordar un análisis más amplio de las tensiones que afectan al mundo internacional actual, no todas las cuales resultan explicables dentro del limitado marco del darwinismo político que estamos comentando. Sea como sea, parece evidente que, contra la tendencia entrópica que busca, como exutorio para una conflictividad creciente, la catarsis colectiva de la violencia, sólo puede oponerse eficazmente un redescubrimiento de los principios espirituales supremos que constituyen la clave de bóveda metafísica para la nueva jerarquía política internacional que, a nuestro modo de ver, constituye la única solución válida para la problemática estructural que afecta hoy con especial gravedad al universo político. Y, a nuestro modo de ver, no resulta necesario precisar que tales principios espirituales se hallan muy por encima del racionalismo masónico-liberal que inspira a la Organización de las Naciones Unidas, y que sólo pueden desarrollarse dentro de una Europa que sepa erigirse como eje vertebrador del -digámoslo ya- Imperio Cristiano Universal donde las pulsiones erótico-tanáticas que impulsan la marcha de la Historia entren en el proceso de superación que ha de desembocar una parusíaca transfiguración definitiva.

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