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lunes, 9 de abril de 2007

¿ES UN MITO LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL?


Tras la Segunda Guerra Mundial, el matemático inglés Allan Turing ideó el desde entonces famoso "Test de Turing", según el cual sería posible, al menos teóricamente, que una máquina consiguiera pensar. El método para confirmar si ese pensamiento realmente se producía sería de tipo pragmático y empirista: si, en un diálogo con una "máquina pensante", no puedo distinguir si estoy hablando con una máquina o con un sujeto humano real, entonces deberé admitir que tal máquina, efectivamente, está pensando.

Como es lógico, Turing partía del presupuesto filosófico de que el pensamiento no es una acción exclusivamente humana. Ese mismo presupuesto era compartido por todos los científicos que, en las décadas de 1950 y 1960, encaraban con notable optimismo la problemática de la inteligencia artificial. Entre ellos, destacó sobre todo Marvin Minsky, padre de la expresión "Inteligencia Artificial". Hacia 1965, Minsky estaba convencido de que, antes de 1990, las máquinas podrían reproducir todos los procesos del pensamiento humano. Como es evidente, sus expectativas están aún hoy muy lejos de cumplirse.

Ahora bien: ¿deberíamos decir sólo "muy lejos", o, más bien, "infinitamente lejos", ya que la Inteligencia Artificial sería un mito inalcanzable? Todo apunta hacia la segunda posibilidad. Ciertamente, el símbolo de HAL 9000 en "2001: Una odisea del espacio" resulta extraordinariamente atractivo: ¿cómo sería la experiencia de hablar con una máquina? Sin embargo, esa experiencia está destinada a permanecer en el universo de la especulación literaria y de la ciencia-ficción (lo cual no es poco). Los más avanzados laboratorios de ingeniería informática se encuentran impotentes para fabricar una máquina pensante, entre otras razones..., porque no sabemos en qué consiste el pensamiento. Sabemos pensar, sabemos que pensamos, pero no sabemos qué es pensar. Y, si no sabemos qué es pensar, difícilmente podremos fabricar ningún tipo de máquina pensante. Construiremos ordenadores cada vez más potentes -productos e instrumentos de nuestro pensamiento-, pero ninguno de ellos producirá nunca ni una gota de ese enigmático elixir inmaterial que es el pensamiento.

Hasta donde sabemos, y seguramente hasta donde sabremos siempre, sólo el "yo", el sujeto humano, la conciencia, es capaz de pensar. Y una máquina, por definición, carece de "yo". Tal vez podamos imitar mediante una máquina, y hasta límites sorprendentes, la apariencia del pensamiento; pero no ir más allá. Soñar con lo contrario puede ser fecundo a efectos de creación literaria o especulación filosófica. Pero, a diferencia de muchos sueños de Verne, el sueño de la Inteligencia Artificial está destinado a permanecer siempre en el limbo de lo que nunca va a convertirse en realidad.

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