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martes, 30 de enero de 2007

La visión de Dios en "La guerra de la galaxias"


Se ha señalado repetidamente que la saga cinematográfica de "La guerra de las galaxias" tiene, como trasfondo religioso, un espiritualismo panteísta de estilo New Age. Y, en efecto, "La guerra de las galaxias" presenta una visión panteísta e impersonal de la divinidad: la Fuerza, energía cósmica presente en todo el Universo y que posee un "lado luminoso" y, en contrapartida, un "lado oscuro". La Fuerza es un Tao cuya dualidad -yin y yang- posee un esencial componente ético; un éter akáshico, una urdimbre energética de estilo hinduista -Brahma- cuya polarización dual -oscuridad y luminosidad- plantea a los hombres el ineludible deber de una opción que determina la dirección moral de sus actos.

Ciertamente, una deidad impersonal significa una regresión cualitativa respecto al Dios cristiano, una "primitivización de lo divino". Sin embargo, tal vez convenga hoy recuperar la idea del misterio de Dios a través de la noción de impersonalidad y de lo irracionalizable. Como señaló Rudolf Otto en su clásico ensayo, el hombre moderno ha olvidado la dimensión irracional y "tremenda" (literalmente, "que hace temblar") de Dios. La Fuerza de "La guerra de las galaxias" es una realidad abstracta e impersonal, inefable, y por ello mismo misteriosa. El Dios cristiano, por su parte, a la vez se revela y se oculta. Es el rostro de Cristo y el Ungrund abismático de Jacob Böhme; un Ungrund-Abgrund cuya esencia amorosa -Deus charitas est, según nos ha recordado Benedicto XVI- no suprime la dimensión "incognoscible de Dios", "cuyos caminos no son nuestros caminos". El Dios cristiano es, según Nicolás de Cusa, una "coincidentia oppositorum". Algo que deberían recordar quienes se aferran al tópico simplificador y radicalmente falso del Dios personal cristiano como
una deidad "antropomórfica" y desprovista de la dimensión de misterio inherente a la noción de divinidad.

El evangelismo norteamericano condena "La guerra de las galaxias" como parte de la producto de la Nueva Era y obra del Anticristo que, con sus seducciones, nos aparta del Dios hecho hombre y muerto en la cruz. Y, ciertamente, también desde la ortodoxia católica la espiritualidad creada por George Lucas desde la California zen posmoderna deja mucho que desear: la Fuerza es un pálido reflejo de la luminosidad deslumbrante del Dios trinitario. Sin embargo, en una época tan desorientada como la nuestra, todo lo que, de algún modo, sintoniza a los hombres con la luz del bien, frente a la oscuridad del mal, debe ser bien recibido. Un bien menor no deja de ser un bien, y las mentes no están hoy para pedirles grandes esfuerzos. Los caminos de Dios, que son inescrutables, tal vez sepan aprovechar la saga galáctica hollywoodiense para producir más y mejores efectos que los que nosotros alcanzamos a divisar.

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