Que la astrología sea válida o no, es una "cuestión de hecho": sólo puede ser verificada empíricamente, estudiándola a fondo y comprobando su eficacia como vía de conocimiento de la personalidad humana y de las capas más profundas de la psique. En este sentido, el autor de estas líneas está empíricamente convencido de tal validez: no se trata, como tantas veces se dice, de "creer o no creer en la astrología". Se trata simplemente de estudiar y comprobar.
Pero, ¿puede el cristianismo aceptar la astrología? Como se sabe, el Catecismo de la Iglesia Católica la condena como parte de las artes adivinatorias a las que tan aficionado es el sujeto posmoderno. Sin embargo, grandes sabios de la Iglesia, como San Alberto Magno o Santo Tomás de Aquino, admitieron la legitimidad de la ciencia de los astrólogos. De modo que resulta necesario establecer algunas ideas básicas sobre esta cuestión.
En primer lugar: el cristianismo es incompatible con la astrología si se entiende que ésta suprime la libertad humana y que comporta un cauce inexorable para nuestros actos. De este modo, sería inaceptable una concepción estoica de la astrología. Y, en segundo lugar, también debe rechazarse, desde un punto de vista cristiano, lo que podríamos llamar la "concepción posmoderna de la astrología", que, en el fondo, es una versión actualizada del viejo estoicismo determinista: para la mentalidad esotérico-posmoderna, cercana a la Era de Acuario, la astrología significa que no existe un sujeto humano sustancial, una voluntad nuclear con la que el hombre decida libremente sus actos, sino que el ser humano está insertado en una complejísima trama de influencias cósmico-astrológicas que le liberan del peso de la libertad. En último término, el hombre no sería verdaderamente responsable de lo que sucede en su vida, sino víctima pasiva de un acontecer astrológico inexorable, náufrago y vagabundo a la deriva, conducido por las corrientes invisibles del universo. Tales ideas subyacen, por ejemplo, en buena parte de la astrología americana (Stephen Arroyo, Liz Greene), muy ligadas a la concepción kármica e hiduista de la astrología.
Finalmente, muchos de nuestros contemporáneos convierten la astrología en una especie de religión o sucedáneo de la religión. Una forma de idolatría que, sin duda, también es condenable desde la perspectiva del cristianismo.
Ahora bien: salvados todos estos obstáculos, la astrología resulta perfectamente aceptable para un cristiano abierto a las múltiples y sorprendentes dimensiones de lo real. La realidad y la verdad son más anchas que cualquier prejuicio. Si se entiende que una carta astral sólo afecta al plano somático-psíquico del individuo, pero nunca a su corazón, al núcleo más íntimo de su conciencia, su voluntad y su libertad, entonces no existe ninguna objeción doctrinal para que un cristiano admita la astrología, ya que ésta ha demostrado empíricamente, y desde hace siglos, su eficacia.