sábado, 17 de marzo de 2007

SEXO, CEREBRO Y CORAZÓN


Si tuviéramos que caracterizar a nuestra época con un símbolo, a nadie le extrañaría que la calificáramos como "la época del sexo". El sexo se ha convertido en uno de los grandes ídolos del mundo contemporáneo. Muchos hombres de hoy, desligados de toda referencia religiosa válida, han convertido al sexo en su deidad no oficial. Cuando se acusa a Freud de "pansexualismo", no se cae en la cuenta de que el padre del psicoanálisis, al obstinarse en descubrir significados sexuales ocultos en innumerables manifestaciones del comportamiento humano, estaba apuntando a una profunda verdad: un mundo que prescinde de Dios como "fondo último de la realidad" ha colocado, como sucedáneo de ese fondo divino en el que todo descansa, el mito del sexo como nueva Realidad Absoluta. El plexo sexual posee un extraordinario peso para el hombre moderno, de modo que, por ejemplo, la castidad le horroriza o le parece algo sencillamente incomprensible.

Pero, por otro lado, también podríamos definir a nuestra época como una "época cerebral". Vivimos en un mundo tecnológico, informático, cibernético, científico. La actividad cerebral, la racionalidad económica y tecnológica, ejerce su influencia por doquier. Bien es verdad que se trata de una cerebralidad puramente utilitaria, incapaz de acceder al verdadero mundo de las verdades metafísicas. La cerebralidad occidental es "mercurial", adolescente, no "saturnina", filosófica. En cualquier caso, es claro que el Occidente nacido de la Ilustración ha construido una civilización tecno-científica fundamentada en una explotación sistemática de la actividad cerebral.

De este modo, "sexo" y "cerebro" constituyen los dos polos antropológicos sobre los que se construye el edificio de la civilización moderna. Ahora bien: aquí existe sin duda una descompensación, un desequilibrio. Un hombre excesivamente cerebral tiende siempre a una sexualidad animalizada, salvaje, compulsiva. Es lo que le sucede al hombre de hoy, a la vez demasiado cerebral y demasiado sexual. Y, por cierto, en el fondo infeliz en esos dos ámbitos.

Mientras tanto, nuestro mundo descuida el polo central del corazón. Se trata del polo antropológico fundamental. El corazón es la intimidad del ser, el núcleo más auténtico y central de la persona. El corazón es lo único que de verdad nos humaniza. No somos simples "animales racionales", como quería Aristóteles. El mero cerebro y el mero sexo nos deshumanizan. En cambio, cuando el corazón vivifica, dirige y modera la actividad cerebral y sexual, entonces la razón y la sexualidad dejan de ser enemigas del hombrre.

Una verdad básica ésta, pero hoy en día olvidada con demasiada frecuencia. El corazón, la conciencia, es lo único que realmente puede enseñarnos a pensar y a amar. Fuera del corazón, el pensamiento degenera en simple raciocinio, y la sexualidad queda convertida en la búsqueda egoísta de la propia satisfacción.

1 comentario:

Carmen Bellver dijo...

Con todos mis respetos a Freud, el sexo no lo es todo.
Un saludo