La cornucopia o cuerno de la abundancia constituye una alegoría muy conocida dentro de la iconografía simbólica occidental. Como se sabe, es un cuerno que las náyades de la mitología griega llenaron de flores, hojas y frutos. Y se relaciona, como es evidente, con las nociones de riqueza, prosperidad, buenos augurios, etc.
Innumerables obras pictóricas han recogido, entre sus motivos alegóricos, el cuerno de la abundancia. Y podría parecer que se limita a ser eso: una alegoría de significado bastante transparente y desprovista de cualquier ulterior y más arcana transcendencia. Sin embargo, todo símbolo posee varios niveles de interpretación. Y, buceando en el sentido más profundo de la cornucopia, es posible encontrar una concepción metafísica de su sentido que la relaciona con la idiosincrasia de la civilización occidental de nuestros días.
En efecto. La cornucopia hace referencia a un mundo fértil, fecundo, abundante, exuberante, frondoso. Ese desbordamiento de plenitud material (en principio, mera referencia al Falstaff jupiteriano y pantagruélico) constituye el signo y resultado de un mundo "feliz", de la realidad como despliegue ontológico de todas las potencialidades latentes en el ser de las cosas. Tales potencialidades serían actualizadas por una sabiduría fecundante que las hace dar el máximo fruto. El mundo se convierte entonces en una gran fiesta del ser; en un mediodía radiante donde la exuberancia material es la señal de una previa bendición espiritual que hace fértiles todas las cosas.
No hace falta explicar que el Occidente actual puede definirse como la civilización del materialismo. Nunca antes ninguna otra época había producido tal cantidad y variedad de cosas y productos. Pareceríamos, así, haber convertido en una realidad palpable el símbolo del cuerno de la abundancia. Y, sin embargo, paradójicamente vivimos hoy en un mundo de terrible esterilidad. Tenemos cosas, pero éstas nos esclavizan. No sabemos utilizarlas de un modo realmente creativo. Estamos perdidos en el laberinto del materialismo y no podemos salir de él.
¿Qué actitud adoptar ante esta situación? Claramente, ni el hedonismo que se hunde en un goce ciego de los bienes materiales, ni en la gnosis ascética que condena el ser material del mundo, con su variedad infinita, como productos del Mal Absoluto. La sabiduría cristiana no obliga a elegir entre dos bienes: el ascetismo espiritual que renuncia a las cosas y el sano goce de los bienes que produce el mundo. Ambos pueden compaginarse. Saturno y Júpiter pueden convertirse en aliados. Por un lado, el peregrino que ayuna y hace continuamente oración, de camino a su santuario; por otro lado, el hombre que participa en el mundo como en una fiesta preparada por Dios donde corre el vino y nunca decae la alegría. Una fiesta que es, además, un preludio de la realidad escatológica definitiva: la fiesta eterna del Reino de Dios, donde Dios será "todo en todos" respetando, sin embargo, nuestra individualidad.
Nietzsche despreciaba el mundo burgués del "último hombre", ahíto de cosas, pero ciego para la belleza de las estrellas. Proponía, para sustituirlo, un superhombre mitad león que se autoafirma, mitad niño que baila y juega con el mundo mientras contempla su eterno giro en torno al eje de los siglos. Nosotros, por nuestra parte, sabemos que Nietzsche no es la solución para hacer surgir en el mundo esa fecundidad simbolizada por la cornucopia. Porque la materia sólo puede ser fecundada por el espíritu. Y porque las cosas materiales sólo dejan de ser una trampa cuando son puestas al servicio de una continua creación de cauces para que las energías humanas se desplieguen cada vez más plenamente hacia el Bien, la Belleza y la Verdad.
domingo, 4 de febrero de 2007
LA CORNUCOPIA Y EL MATERIALISMO DE OCCIDENTE
Publicado por Antonio Martínez Belchí en 18:23
Etiquetas: alegoría, cornucopia, cristianismo, escatología, gnosis, hedonismo, júpiter, materialismo, Reino de Dios, saturno, simbolismo
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